San Martín volvió a perder en su casa y le sumó un partido a más a la curiosa racha de cuatro partidos en fila sin poder sumar de a tres en Bolívar y Pellegrini. Este sábado, Patronato se llevó mucho más que tres puntos: se llevó la tranquilidad de saber que hoy La Ciudadela ya no impone miedo, ya no empuja, ya no intimida. Se llevó, también, la certeza de que ese lugar que antes era temido por todos se volvió un escenario hostil para los propios, en el que las piernas pesan más de una tonelada cada uno y en el que la hinchada parece ser un rival más para el “Santo”.
En los últimos cuatro partidos en Bolívar y Pellegrini, los dirigidos por Ariel Martos sumaron dos empates y dos derrotas (ambas derrotas casi idénticas, contra el “Patrón” y San Miguel). Mientras de visitante el equipo parece ser otro diametralmente opuesto (ganó seis juegos sobre 10 partidos y apenas perdió uno), en su cancha parece olvidarse de todo lo bueno. El contraste es brutal, y da la sensación de que no tiene mucho que ver con el juego. En este caso, parece más ligado al entorno, a la energía, a ese clima emocional que se percibe ni bien se pisa los alrededores de La Ciudadela.
La final perdida en Rosario el año pasado dejó heridas que aún no se cierran. Y el primero en demostrarlo fue el hincha. Ese mismo fanático que durante años se enorgulleció de llenar cualquier cancha sin importar el resultado, de bancar sin condiciones, de tragar polvo a cada paso y de convertir cualquier domingo en una fiesta, hoy parece estar lejos del equipo. No sólo en número, sino también en espíritu y en actitud.
Los hinchas parecen ir al estadio a descargar todas sus frustraciones; a exigirle a un equipo que da pelea en la zona A de la Primera Nacional que debe lograr el ascenso en un abrir y cerrar de ojos sin detenerse ni en un solo juego. En la fría noche del sábado, desde la entrada en calor ya se sentía la tensión. Y desde la primera pelota perdida se escucharon murmullos, de igual manera que en cada uno de los partidos de este campeonato en Bolívar y Pellegrini.
Así, La Ciudadela dejó de ser un refugio y se transformó en una trampa emocional. Los jugadores lo saben, lo sienten y lo sufren. “Nos duele mucho que pasen estas cosas. Queremos que la gente se vaya contenta, pero no lo estamos consiguiendo”, lanzó un Martos contrariado; tal vez, uno de los más insultados por esos que tras la decepción de la temporada pasada pedían por él y por los “chicos del club”. “Queríamos darle una alegría a nuestra gente, pero otra vez se nos hizo esquiva. Vi a los chicos golpeados”, agregó el capitán Darío Sand.
Y claro, nadie puede jugar bien cuando sabe que cada pase mal dado puede volverse una sentencia. Y los errores no forzados que el equipo exhibió luego del tanto de Alan Bonansea dejan al descubierto de que hubo algo más que una mala jornada. La cabeza juega demasiado en el fútbol y ese estadio que antes era una olla a presión a favor, hoy es una piedra en el zapato.
Hay demasiada impaciencia, muchísima bronca acumulada. Y los rivales lo notan; saben que si aguantan los primeros 30 minutos de partido en los que el “Santo” parece imponer condiciones, pueden sacar un buen rédito gracias a que el pedido/exigencia de los hinchas se vuelve una mochila casi imposible de soportar para Martos y sus pupilos.
Derrotas casi inéditas contra San Miguel y Patronato
Patronato, al igual que San Miguel, vino a hacer su negocio y lo ejecutó a la perfección. Por eso se fue con una victoria trabajada; mientras San Martín no supo resolverlo el paradigma, pero tampoco contó con respaldo para hacerlo.
No es casual que el equipo juegue mejor fuera de casa; de visitante no carga con la ansiedad de su gente. Cuando juega en terreno enemigo no se siente en deuda y puede jugar más suelto, más tranquilo. Adentro, en cambio, está contenido, presionado, condicionado. Y eso explica más que cualquier táctica.
“La verdad es que sí nos duele nos golpea (la situación), pero estamos fuertes también para seguir trabajando y seguir afrontando lo que queda del torneo”, lanzó Martos, dejando en claro que el equipo sí tiene cosas por corregir.
Pero sin aliento y apoyo no hay equipo que aguante. Volver a ganar en casa no será sólo cuestión de goles, sino la de recuperar el alma de La Ciudadela; esa que se lleva puesto a cualquiera y que ayudó al “Santo” a ganar las batallas más difíciles.